Cuidar a las familias víctimas de la guerra en Ucrania

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Ante la atrocidad, siempre humanidad: empatía, calor, sostén, compasión, acción y por supuesto razón y reflexión.

Cuando nos sobrecoge el horror, nos mueve el ímpetu de la acción. Así debe de ser, así es, pero siempre actuando desde el conocimiento, la comprensión y la reflexión, teniendo presentes las necesidades particulares y la complejidad global, ensanchando la mirada, para proteger con control y con seguridad. La clave es atenuar daños y no añadir más dolor al ya existente.

Pensando en la infancia sometida al horror que está padeciendo Ucrania, debemos ordenar rápido nuestro pensamiento y planificar razonadamente nuestra acción.

La prioridad es ofrecer ayuda, refugio, acogida a las decenas de miles de niños y niñas, que son siempre el ser humano más débil e impotente frente a la guerra.

Pero ordenemos la ayuda y las prioridades para ser verdaderamente útiles. 

Se calcula que hay unos 98.000 niños y niñas acogidos en el sistema de protección residencial del país. Ellos y ellas son la prioridad, necesitan ser localizados y trasladados, siempre al país seguro más cercano, donde puedan sentir la seguridad que proporciona la proximidad a su cultura, a su país, a su territorio, a su paisaje real y emocional.

Miles de niños y niñas quedan solos en las fronteras, alejados del conflicto, del horror, por sus madres, con el desgarro y el dolor que esto supone. Mantengámosles seguros, acogidos, lo más cerca posible de sus familias, de su país, de sus vivencias, de lo que han conocido y les aporta sostén en el drama que están viviendo.

En el caso de otros miles, con vínculos en otros países, con familia, con amigos, con referentes seguros, lo mejor puede ser que se traslade a estos niños y niñas junto a aquellas personas que pueden aportarles seguridad, cuidado y amor en estos momentos. 

A los niños y niñas acompañados por sus madres, desoladas y desesperadas huyendo de su país para proteger a sus hijos e hijas, ayudemos a mantenerles juntos, unidos, si es posible cerca de su país, donde quedan sus familias, sus parejas, sus referentes, sus afectos, sus vidas suspendidas.

Acojamos a la infancia con el control y la seguridad del sistema de protección, el tiempo que necesiten, aportando seguridad, acompañamiento, entendimiento y sostenimiento en su dolor. Sus padres y madres, sus abuelos y abuelas, sus hermanos mayores, sus amigos y amigas, su casa, su escuela, su parque, toda su vida queda prendida de su país. Acojamos entendiendo lo que supone, lo que se necesita y lo que debemos ofrecer.

La mayoría de estos niños y niñas han sido protegidos por sus familias, dentro de sus posibilidades, puestos a salvo de la guerra, del horror. Se han visto arrancados de sus vínculos, su país, su familia y su historia en cuestión de horas. Necesitan protección adaptada a sus circunstancias, pensando en la globalidad y complejidad de sus situaciones familiares en un país en guerra.

El trauma de la guerra deja huellas indelebles en nuestro cerebro, en nuestra neurobiología, transmisibles a las siguientes generaciones. Pero nuestra condición humana, nuestra empatía, nuestro cuidado, nuestro amor, también. Seamos humanos generosos, cuidadosos, acogedores, sensatos, reflexivos y compasivos. 

Esta situación requiere de lo mejor de nuestra condición humana. 

Mónica Permuy López
Directora 
Fundación Meniños

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