Pobreza y Salud Mental en la Infancia

La pobreza tiene un impacto pernicioso directo sobre la salud mental, especialmente en las primeras edades de la vida, cercenando las posibilidades de desarrollo pleno de la persona.
La infancia, especialmente la primera infancia, es un periodo trascendental para el desarrollo del ser humano; sólo necesitamos pensar que en el cerebro se están produciendo en los primeros años de vida entre 800 y 1000 conexiones neuronales por segundo, que están forjando nuestros circuitos cerebrales, nuestra fisiología, nuestro desarrollo cerebral y por tanto nuestro pleno desarrollo a nivel mental y emocional.
El sustrato principal que actúa como condicionante de ese desarrollo, es el entorno en el que niños y niñas crecen, un entorno que ha de ser estimulante, ha de contener una pluralidad, diversidad y extensión de variables, contextos y elementos que posibiliten la activación de las redes neuronales , un entorno de oportunidades en lo social y en lo individual, desde lo más básico, alimentarse, habitar una casa, atención física, higiene, hasta las necesidades más elevadas y sofisticadas, protección, vinculación, seguridad, disponibilidad, amor, respuestas contingentes , contacto social, juego, entornos de aprendizaje,…
Cuando la pobreza se instala, su efecto es completamente integral en la vida de las personas que la padecen. No es una cuestión de parcelas, es global, sistémica. Una familia afectada por la pobreza tendrá dificultades para alimentarse, para mantener una vivienda, para acondicionarla adecuadamente, para protegerse del frío o del calor, pero también para gestionar las vidas y necesidades de todos los miembros de la familia y especialmente para mantener el equilibrio mental y emocional. Tal y como nos recuerdan constantemente expertos en crianza y neuropsiquiatría, como Barudy, Cyrulnik y Rygaard, tan importante como la alimentación es la nutrición emocional, el alimento afectivo. Permanecer en situación de pobreza produce un doble efecto pernicioso sobre la infancia.
Por un lado ocasiona directamente un estrés vital constante para todos los miembros de la familia, pero cuando eres un niño o niña y tu cerebro se está formando, el estrés crónico genera sustancias tóxicas que afectan directamente al neurodesarrollo, al desarrollo cognitivo, a la memoria, al lenguaje.
Por otro lado redobla sus efectos a través de la vía indirecta. Ese estrés vital en las personas adultas cuidadoras las conduce a un estado de indefensión psicológica (todo en su vida está determinado por circunstancias externas fuera de su control, mercado laboral, medidas sociales, …., perciben que hagan lo que hagan, sus vidas no dependen de sus logros) y esto provoca una situación de fatiga psicológica que lleva a la depresión y a la perturbación en las relaciones entre padres y madres y sus hijos e hijas, de manera que estos no reciben los estímulos adecuados para su desarrollo: disponibilidad emocional de sus padres y madres, sintonización con sus necesidades, consistencia y coherencia en los cuidados, empatía, amor. Estos factores condicionan completamente el equilibrio afectivo y mental.
Estrés crónico, carencias materiales básicas, ambiente relacional defectuoso, un cóctel tóxico que eleva los riesgos de afectación de la salud mental de la infancia, en una espiral crónica que se reproduce inevitablemente si no cortamos el círculo de pobreza: padres y madres estresados, angustiados, irritables, deprimidos por sus circunstancias, indefensos, incapaces de proveer cuidados materiales y emocionales a sus hijos e hijas. Niños y niñas muy pequeños viviendo un estrés continuado que afecta a su desarrollo cerebral, condicionando su salud presente y futura.
Urge que nos dejemos de miradas limitadas sobre la pobreza y la abordemos como un grave problema de salud pública. Es necesario garantizar la dotación de recursos específicos para infancia y juventud con enfermedades mentales, en especial con el incremento de especialistas en pediatría, unidades de día, atención psicológica a infancia y adolescencia y el desarrollo de la especialidad de psiquiatría infantil y juvenil.
Mónica Permuy
Directora General de la Fundación Meniños