“Por el mar corren las liebres”

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Seguramente todo el mundo recuerda o conoce al menos esa canción popular que decía “Vamos a contar mentiras, tralará”. Era una de esas canciones cuyo ritmo se pegaba a nuestro cuerpo y el significado hacía reír a nuestro cerebro imaginando sardinas caminando por los montes. Y es una canción de la que muchas profesionales de la infancia nos acordamos cuando escuchamos según qué cosas sobre las criaturas con y para las que trabajamos.

Hoy me apetece hablaros de la mentira del “se adaptan a todo”. Y digo mentira sin paliativos porque es tal cual, una creencia, que no una certeza, que las personas adultas utilizamos para evitar asumir múltiples realidades. Desde la separación madre-bebé en la primera crianza, a los cambios de estructuras familiares que viven los pequeños y pequeñas a cuenta de nuestra inestabilidad emocional, pasando por los cambios de rutinas para acomodarnos a lo que los adultos deseamos o necesitamos y, cómo no, los cambios en los roles familiares.

Con bastante frecuencia (más de la que imaginamos) las crianzas se realizan desde la mirada del adulto. Sus necesidades, deseos, rutinas y expectativas marcan las pautas de la experiencia infantil de las criaturas a su cargo. Y esto es porque se entiende que el adulto cría, que es totalmente cierto, pero falta la mirada de quien recibe esa crianza, de quien está en pleno desarrollo de su etapa infantil, adquiriendo diversas habilidades, conocimientos y comprensión de quien y lo que le rodea y cómo relacionarse con todo ello y consigo mismo.

Desde bebés de menos de un año a los que les decimos que deben compartir sus juguetes a pequeños de 3 años a quienes les pedimos que distingan una situación de peligro en un parque, por ejemplo. Algo para lo que claramente ni a unos ni a los otros su desarrollo les ha preparado todavía.

Pero hay otras atribuciones y expectativas que volcamos sobre las criaturas y que son quizás más invisibles, están más camufladas de “hábitos de independencia”. Hablo de la “parentificación”.

Quizás no hayáis escuchado este término antes de ahora aunque fue mencionado por primera vez en 1973 por el psiquiatra Iván Boszormenyi-Nagi, pero es una realidad muy extensa y que deja huellas en las crianzas de forma intensa. La revista Science Direct en 2011 publicó un artículo sobre este fenómeno, que definió como la asunción de las tareas de cuidado por parte de los niños y niñas, aportando ellos a sus padres y madres, hermanos o personas del entorno familiar cuidados propios de ser ejercidos por adultos.Se trata de responsabilidades físicas o emocionales que en la infancia no corresponden a la edad o desarrollo de esa criatura. Y eso, lo siento mucho, no es independencia, es una forma de alterar el desarrollo sano y equilibrado del menor.

Quizás hayáis visto vídeos de bebés de un año y medio teniendo listas de tareas en la pizarra, y familias orgullosas de que esto sea así y sus hijos con esa edad laven los platos, doblen la ropa o la guarden. Y esto, claro que sí, puede ser un juego divertido y maravilloso para los más pequeños, que se sienten integrados en el día a día y desarrollan habilidades mientras hacen juego de imitación. Pero hay una línea bastante clara entre los pequeños que se divierten con esas actividades que a los adultos seguramente nos resultan tediosas, y los niños y niñas a quienes se les atribuye esa actividad como responsabilidad exigible dentro de la familia.

Es grande la diferencia que siente el pequeño, que deja de verlo como un juego. Y ahí está la clave.

En esta línea, los hermanos “mayores” a los que ponemos como cuidadores de los menores son otro habitual en muchas casas. Y esto lo comenzamos a cultivar con frecuencia ya en el embarazo con frases como: “cuidarás a tu hermanito pequeño”, “ahora tendrás que hacerte mayor”, “desde ahora tienes que ayudar a mamá/papá porque van a tener mucho más trabajo con el bebé”…

Si os dais cuenta, son frases impositivas. “Tienes que” está trasladando al pequeño (en ocasiones de muy corta edad) un sentimiento de exigencia, de tener que responder a una expectativa. Y, con frecuencia, sin concretar realmente lo que se espera de él o ella.

Es otra forma más de parentificación.

Podéis imaginaros llegar a vuestro primer día de trabajo y que como toda instrucción y formación os digan: “ahora tienes que trabajar”. ¿Os imagináis la angustia que puede generaros eso? ¿Y si esto se produce el primer día que entráis en la universidad a entregar la matrícula y sin más formación ni información os lo dicen? Es decir, os lo trasladan cuando no estáis en absoluto preparados para ejercer ese trabajo. Seguro que viéndolo desde el prisma adulto, entendemos que pedir algo a alguien que no está preparado para ello es totalmente incoherente.

Otra de las muestras de parentificación que podemos ver es la referida a la gestión emocional de adulto que trasladamos a las criaturas, concretamente a que pequeños y pequeñas sean el sostén emocional de la madre o de alguna de las figuras de referencia familiar, modificando totalmente así los roles emocionales y de vinculación, y alterando la sensación de seguridad y cuidados de la criatura.

Las huellas que la parentificación pueden dejar en los menores son a veces identificadas como positivas desde (de nuevo) la mirada adulta, ya que se produce una maduración rápida de los pequeños al verse empujados a asumir responsabilidades por encima de su edad. Pero la gran pregunta es qué ocurre cuando esas criaturas crecen, y ahí las diferentes investigaciones detectan que se llegan a producir serias dificultades para detectar, reconocer y atender las necesidades personales, fenómenos de necesidades desplazadas en esos adultos que han vivido parentificación, padecimiento de estrés crónico o problemas de gestión emocional y de manejo de las conductas tanto en la infancia como en la etapa adulta de estas personas.

La inclusión necesaria de las criaturas en la vida familiar y su exposición y libertad para realizar tareas y participar en decisiones y gestión emocional familiar. No podemos confundir esta inclusión de los menores en el día a día de la familia con la asunción de unas responsabilidades totalmente desajustadas, porque no, ni las sardinas pueden correr por el monte, ni los niños asumir el rol de adultos sin consecuencias”.

Aquí os dejamos el link al artículo sobre la parentificación publicado por El País.

Sara Lorenzo y Beatriz Calvete
Programa de Atención Perinatal para Madres en Dificultad Social

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