Cerca de la puerta de Tannhäuser. Trabajando con historia de vida.
“…Yo, he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…Es hora de morir”.
Cuentan, que la noche antes de rodar la famosa escena, Rutger Haver cogió el guion original y trituró el monólogo final hasta reducirlo a la mínima expresión. Cuentan también que la versión que se rodó y que finalmente se incluyó en el montaje que conocemos tuvo mucho de improvisación. Han pasado ya cuarenta años desde que se estrenó la película y la potencia de esas frases sigue igual de vigente que el primer día.
Las palabras de Roy Batty, líder de los replicantes, siguen sonando como si el destino fuese más allá del propiocontrol del personaje. En esas frases el supervillano cruel e inhumano que interpreta nos muestra su capacidad para percibir la belleza. Nos regala en sus palabras una reflexión profunda, llena de tristeza y melancolía, pero también de aceptación de su propio adiós, al convertir ese punto y final, en algo hermoso, desde el recuerdo auténtico (y no implantado) de un relato construido a partir de pequeños pedazos de vida, de días, de horas, de minutos concretos de su existencia, de gran impacto emocional.
Decía García Márquez que “la historia no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y como la recuerda para contarla”. Los relatos de historia de vida están muchas veces construidos por esos pequeños instantes en la vida de una persona, como gotas de tinta en un barreño de agua que dan color e impregnan el recipiente de la vida. Es en la interacción con el otro, a través del acto de narrar, donde creamos nuestra propia historia asignando significados a nuestras vidas y convirtiendo las vivencias en relatos que dan forma y expresan nuestra forma de entender el mundo.
Pero ocurre que una misma palabra o experiencia puede tener múltiples significados en función de la persona que la narra, la que escucha o el momento vital de ambas. Hace tiempo que aprendimos que el material con el que trabajamos los profesionales es básicamente una interpretación subjetiva de lo que acontece, “realidades de segundo orden”.
La realidad es algo intangible, no es algo que podamos conocer en sí mismo, sino que solo podemos acercarnos a ella a través de esas interpretaciones y significados que la persona le da desde su visión y momento particular. Una visión que está asentada sobre los pilares básicos de las relaciones primarias que hemos adquirido en el interior de nuestras familias, pero también sobre las relaciones con las personas que son puntos de referencia en nuestras historias de vida.
Las palabras, el lenguaje, no son solo herramientas para representar la realidad, sino que son en sí mismas un fenómeno que la constituye y la trasforma. Este puñado de palabras encadenadas tiene pues el poder tanto de hacer que nos aferremos a una postura y esta domine el relato de nuestra historia, o bien que tengamos la capacidad de reformularla desde otras perspectivas para construir alternativas, nuevos significados e “historias con mejor forma”, más amables con nosotros mismos.
Desde esta visión, en mi práctica profesional (y en mi vida en general, si es que son distinta cosa) considero que el único experto en lo que acontece es la persona a la que escucho, pues es esta quien atribuye con sus palabras los significados a los hechos y vivencias.
Dicen los expertos en lingüística y semiótica que la construcción de una “historia” es un fenómeno que tiene que ver con la “concatenación de una serie de sucesos relacionados a través de una secuencia temporal y de acuerdo a un argumento dominante determinado”. Interpretamos pues lo que nos sucede y le damos un significado uniendolos hechos para darle un sentido o “argumento” y para llegar a este, hemos tenido que seleccionar algunos de estos sucesos y otros dejarlos fuera (probablemente porque no se ajustan bien con el argumento dominante de la historia).
Hay veces, que en las historias “saturadas de problemas” vemos que estos, y la forma de entenderlos configuran en gran medida la identidad de la persona. Recurrentemente me vienen a la mente las palabras de una buena amiga que en mis horas bajas me susurraba al oído aquello de “Mira Juanciño, harás cagadas, pero no eres una mierda”. Desvincular la identidad de la persona de los problemas que tiene es una de las máximas de nuestra forma de entender el trabajo con humanos que sufren. Amplificar los relatos enriqueciéndolos con matices, con enfoques diferentes, mediante la exploración conjunta de detalles o elementos que han quedado fuera y que reflejan momentos o capacidades de la persona en las que el problema no aparece, es la receta para ayudar a modificar esa imagen limitante de nosotros mismos. No es un truco de trilero ni un “abracadabra”, es simplemente la medicina de las palabras.
Me contaba Serrat en su despedida, que siglos antes de la invención del escáner cerebral y de la medicina moderna, los romanos pensaban que los recuerdos se almacenaban en el corazón. Contaba que acuñaron el término latino “recordis” del que procede nuestra palabra actual “recordar” y que en latín significa literalmente “volver a pasar por el corazón”. Aún con su primitiva forma de entender la fisiologíahumana y la medicina, ya los romanos daban en el clavo. Ahora sabemos que el funcionamiento de la memoria está directamente relacionado con el funcionamiento de las emociones y cómo esta se activa especialmente ante los momentos de gran intensidad emocional. Narrando hablamos sin duda de nosotros mismos en primera persona reflejado el paisaje de nuestro mundo interno, de nuestro universo emocional.
Como profesionales, buscamos ser capaces de acompañar el cambio en las historias de las personas a través de experiencias relacionales que generen algún impacto emocional.
Relaciones asentadas sobre nuestra capacidad para leer el mundo interno de la persona y promover lo que Patricia Crittenden llama “Experiencias relacionales divergentes”.
Experiencias que muchas veces no encajan con el modelo operativo interno de la persona, con esos argumentos dominantes que impactan negativamente en la configuración de su identidad y que precisamente por eso pueden tener la capacidad de modificar el relato, la visión de uno mismo.
Desde que decidimos incorporar el trabajo de historia de vida en nuestro procedimiento de reconocimiento deldaño, esta herramienta se ha ido configurando como un elemento central en nuestra intervención. Las personas necesitan sentirse escuchadas, validadas, tratadas con respeto, sentidas y seguras para atreverse a realizar un viaje acompañados. Un viaje por lugares conocidos, muchas veces aterradores o amenazantes, pero con otros ojos y desde la seguridad de saberse acompañado. Es nuestro trabajo debemos mantener una postura sincera que refleje un mensaje transversal y profundo, “esta relación es un lugar seguro”, “nunca haría nada voluntariamente que te dañase”, “puedo tolerar tu dolor y sostenerte, no tienes que cuidar de mi porque aquí soy yo el que cuido”, “estoy contigo de forma incondicional”, “lo que te ha ocurrido no define lo que eres”, “puede haber muchas historias dentro de una misma historia”, “mereces ser bientratado”.
Mi abuelo Jaime murió en una cama de hospital. Tuve la suerte de acompañarle en lo que luego supe que habrían sido sus últimos días, en esas densas horas de habitación de hospital, en su despedida autobiográfica, en su relato de historia de vida. Pude escuchar la concatenación de esos pequeños pedazos, ordenados con un sentido deéxito y un sentimiento de satisfacción y autoeficacia. Narrados desde una emoción positiva, y como Roy Batty queriendo de alguna forma asegurarse, tanto de transformar ese final de historia amargo en un final más amable, como de que esas historias que contaba por última vez a su nieto, que ese reflejo de su mundo interno quedase de alguna manera como un legado para mí, y no se perdiesen en el océano del tiempo, como lágrimas en la lluvia.
Juan A. Lechón
Equipo de Integración Familiar
Fundación Meniños – Vigo