La mirada apreciativa y la brújula del Capitán Sparrow

Na imaxe, o Equipo de Integración Familiar da provincia de Pontevedra

Si eres de los que sueñan de vez en cuando con abandonarlo todo y abrazar la vida pirata, has de saber, grumetillo, que el objeto más preciado de los siete mares es y será siempre la brújula mágica del Capitán Sparrow.

Por si no lo sabías, este objeto codiciado tiene la peculiaridad de que su flecha no señala al Norte como el resto de brújulas. La brújula del capitán Jack indica el camino para alcanzar aquello que más anhela uno. Solo hay que sostenerla con fuerza, y tener claro qué es lo que deseas desde las tripas.

Y yo me pregunto ¿qué pasa cuando lo que deseamos desde lo más profundo de nuestro ombligo es el bienestar y el crecimiento del otro? 

¿Cómo conseguir lo que deseamos? Pues basta con algo tan simple y tan profundo como “mirarlo bien”. ¿Y qué pasa si este “mirarlo bien” implica apreciarlo, valorarlo no por su historia o su situación actual sino por lo que podría llegar a ser, por las aptitudes y habilidades que tiene y que puede potenciar? ¿Será esto una suerte de efecto Pigmalión pupilar? ¿Ocurrirá como en el mito griego y nuestro enamoramiento de la estatua que hemos tallado en nuestra imaginación obrará la magia de hacer que esta cobre vida?

Los seres humanos tenemos tendencia a convertirnos en lo que creemos ser. Esa visión de uno mismo condiciona enormemente tanto lo que hacemos, como nuestras metas y expectativas de futuro, (lo que soñamos ser). Algunos llamarían a esto profecías autocumplidas.

Cuando nos miramos al espejo el reflejo que nos devuelve está perfilado por cómo nos miran y nos han mirado los otros a lo largo de nuestra vida, en definitiva, por lo que nos han hecho creer que somos, por la trama de historias contadas por otros sobre nosotros mismos.

Cuando crees en alguien, cuando confías en sus capacidades y refuerzas de forma sincera sus fortalezas, estás de alguna forma acompañándole en su travesía por la vida, lanzándole un cabo en medio de la tormenta, cambiando la dirección del barlovento, inflando sus velas de popa a proa y en definitiva ayudándole a descifrar hacia dónde (“rayos y centellas”) apunta su propia brújula mágica.

Me contaba Ana Berastegui, a mí y a otro porrón de ansiosos alumnos-profesionales, que todas las palabras que suenan a psicólogo y comiencen por el prefijo “auto” necesitan previamente de un tercero que te las transmita. Me explicaba que para tener un buen “auto-concepto”, capacidad de “auto-regulación”, o una buena “auto-estima” …etc… primero tienes que haber experimentado en tu propia piel una mirada del otro que te haya transmitido un buen concepto de ti mismo, un tercero que te haya regulado desde fuera, alguien que te haya estimado sinceramente… o en definitiva, lo que venía a resumir mi abuelo cuando me decía aquello de “eso es que te mira bien”.  

Nunca es tarde para que te miren bien o empezar a “bienmirar”.

Uno de los salvavidas que nos lanzan los avances en neurociencia, nos habla de la plasticidad del cerebro a lo largo de la vida, de la maleabilidad de los procesos cognoscitivos y de la mielinización de las conexiones neuronales. Cirulnick nos cuenta en muchos de sus libros, como las experiencias de buen trato tienen también el potencial de cambiar esta mirada sobre nosotros mismos, haciéndonos sentir valiosos y merecedores de ser “bientratados”. Solo habiendo sentido la carne de gallina en nuestra nuca estaremos en disposición de erizar los pelos de la nuca del que tenemos en frente (erizar en positivo se entiende). Íñigo-Biraka , uno de mis gurús del universo blog, llama a esto “Pasear en Bogaboo” a las personas con las que trabajamos,  hablando de como los profesionales podemos configurándonos como un modelo de buen trato para los adultos a los que acompañamos y que tienen que “biencriar” a sus cachorros humanos.

Qué importante es en la vida y en nuestra travesía profesional la forma de mirar. Ser capaz de superar las etiquetas presentes, integrar las historias pasadas, encontrar a la persona capaz, excepcional y resiliente que hay en todos nosotros a través de nuestra mirada (nuestra más potente herramienta de trabajo, pese a que a veces las circunstancias requieran de unas gafas nuevas, una lupa de aumento o incluso a veces un microscopio).  

La mirada de los ojos de un profesional es sin duda su herramienta de trabajo más potente. Su brújula de Jack Sparrow, su confianza en el futuro, en la capacidad de cambio, y en las capacidades de la persona a la que acompañamos. Esta mirada comprensiva y extraordinaria, viene a sumarse al coro de miradas presentes y pasadas, algunas veces distinta a todas las anteriores, y que tiene el potencial de pasar a integrarse en ese reflejo del espejo modificando esa visión de uno mismo que nos acompaña. 

A veces, cuando antes de entrar en sesión con un padre, me dice una compañera “a este lo vamos a inflar como un balón” no puedo evitar sonreírme y responder con una mirada de complicidad que subraya el objetivo central de nuestro trabajo. Cuidar al que cuida, educar al que educa, sostener al que tiene que sostener a otro, desbloquear al que tiene que ayudar a deshacer el bloqueo de un tercero y en definitiva creer y alimentar la confianza y la esperanza.

“Mi mamá me mira, yo miro a mi mamá”.

Porque esta maldición de bozales que ahora vivimos no puede borrar el reflejo de tu sonrisa en mis pupilas, porque para sonreír no nos hace falta la boca y porque siempre nos quedarán los ojos y las palabras para “bienmirar”, “bienpensar” y “bientratar” al que tenemos enfrente. 

Que el maquillaje no apague tu risa, ni tu instinto pirata de soñar y perseguir tesoros.

Juan A. Lechón
Equipo de Integración Familiar
Fundación Meniños – Vigo

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